El día que marché con Mauricio (Relato de su primo Juan Pablo Sierra)
Mauricio Jorquera Encina tenía 19 años al momento de ser detenido. Era estudiante y militaba en el MIR. Existen testimonios de sobrevivientes que relatan haberlo visto en muy malas condiciones en Londres 38 y posteriormente en el cuartel Ollague o José Domingo Cañas, desde donde ya no se supo más de él, a no ser por la infame lista de la denominada Operación Colombo, donde apareció junto a otros 118 militantes de izquierda como víctima de pugnas internas del MIR, supuestamente asesinados en Argentina. “Miristas se exterminaron como ratas” fue el famoso titular del diario La Segunda, siguiendo la comparsa de la dictadura.
30 años después somos invitados a participar por el “Colectivo 119” en las actividades de conmemoración de dicha operación. Yo estaría justamente a cargo de la figura de Mauricio, por la cercanía que tengo con él. A pesar de ser familiares, nunca lo conocí, yo tenía cerca de 4 años el año 75, tampoco conocía personalmente a sus padres y hermanos; pero eso no fue impedimento, jamás para no levantar la bandera de la lucha por la memoria, su memoria, la nuestra.
Mi participación estaba centrada en la marcha que se realizaría desde distintos puntos de la capital hasta la Plaza de la Constitución, donde se instalarían las 119 figuras de nuestros compañeros. La noche anterior, debimos ir a buscar a la FECH las figuras de casi dos metros, que correspondían a aquellos que habían desaparecido desde José Domingo Cañas y que estaban siendo realizadas en dicha sede, la misma que durante los años del terror funcionó como uno de los cuarteles de la DINA. Las llevamos hasta la ex casa de tortura y realizamos una velatón con ellas. Impresionante fue verlas apoyadas en la reja de lo que hoy es un sitio eriazo, que es utilizado como estacionamiento de una juguetería a pesar de ser un Sitio Histórico; las guardamos y al otro día nos reunimos en el sitio muy temprano, había que esperar a las compañeras y compañeros que vendrían desde la Villa Grimaldi para dirigirnos a la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, desde donde saldría una de las columnas.
Mauricio y yo comenzamos a marchar, él nuevamente recorrió su ciudad ahora en mis brazos. A medida que avanzábamos se sumaban más personas. A pesar de que yo no soy del MIR, grité con él, decidí ser su voz, la cual fuera silenciada por el odio de aquellos que pensaron que eliminando su cuerpo estaban destruyendo los sueños de justicia de una generación y de todo un pueblo. Estaban equivocados, una vez más.
A sus ojos esta marcha era un viaje de retorno, la cual nosotros terminaríamos frente a La Moneda. Para ellos la marcha comenzó mucho antes, cuando fueron sacados de las facultades universitarias, arrebatados de sus hogares, sus trabajos, sus poblaciones, sus sindicatos, de las calles. Su marcha comenzó el mismo momento en que La Moneda era bombardeada y tuvo un primer alto, bestial, en los cuarteles de tortura de la DINA, desde donde desaparecieron sus cuerpos, en medio de la burla, la mentira de aquellos que fueron autores y el silencio de los cómplices.
Hoy la marcha partía desde aquellos cuarteles, de las facultades, de las calles. Hoy marchamos, una vez más, por la Alameda, por el centro. Nuevamente entrábamos a las inmediaciones de La Moneda, por sus cuatro costados. Ahí estaban sus familias y sus amigos algo más viejos, algunos ya no están, pues ha sido larga la búsqueda, la espera, la angustia. Los que no pudieron se encontraban ahí esperando. En la medida que ingresábamos a la llama Plaza de la Constitución sus ojos se volvían acuosos, los nuestros también. Una mujer se me acerca y me dice: “soy la hermana de Mauricio, ven, mi mamá está por acá”. No fue necesario presentarnos, ella es igual a Mauricio. “Acá le entrego a su hijo”, “gracias”, respondió. Mauricio, como nunca debió dejar de ser, volvió a los brazos tibios de su madre, realizando un nuevo alto en esta marcha que comenzó y que aún continúa, pero en la cual ya no camina solo, hoy caminamos juntos, como nunca debió dejar de ser.